miércoles, 9 de diciembre de 2015

María Pérez-Peix, las formas a grandes rasgos.

Dama de la alta burguesía catalana, recibe desde su infancia y durante su adolescencia, lo que se consideraba una educación apta para una mujer de su posición. Su agilidad manual, su alto grado de sensibilidad, así como las largas horas de ensayo, dará sus frutos con rapidez. Pero su afición por la música era incompatible con la profesión de su marido, Eugenio d´Ors, con el que contrajo matrimonio en 1906. Éste necesitaba concentración y silencio para escribir, de modo que la incita a que ejercite sus manos y vuelque su talento en una actividad artística menos ruidosa, proponiéndola la escultura como alternativa.

 María Pérez-Peix, nada más comenzar a modelar, se sentirá atraída por esta disciplina, destacando rápidamente por su habilidad. Como no estaba bien visto que firmara con su nombre sus obras, dada su condición social y siendo esposa de quien era, busca el seudónimo de Telur. Con una fuerte personalidad y carácter, María Pérez Peix fue una mujer muy adelantada para su tiempo, llamando constantemente la atención. Se caracterizó por su forma moderna de vestir y entender la vida, resultando su comportamiento extravagante, para lo que se esperaba que fuera la mujer española en la primera mitad del siglo XX. A pesar de su valía artística tanto en el campo de la música como en la escultura, estuvo a la sombra de su marido. Etapas: Primera Se inicia en 1910, cuatro años después de su matrimonio con Eugenio d´Ors y que duraría hasta 1930, dominada por el estudio de retratos.

Durante este periodo la pareja vivió a caballo entre Barcelona, Madrid y París. María pudo visitar los Museos más importantes de estas ciudades, destacando los análisis de las esculturas que hizo en el Museo del Louvre. Se conservan en el seno familiar bustos realizados por la escultora de sus hijos, hermanos, e incluso algún amigo de la familia. Son obras idealizadas donde se persigue el arquetipo clásico de la belleza y el equilibrio de las formas. Destaca de este periodo La bien plantada (1929), obra que despliega serenidad y grandeza. Un segundo periodo del año 1932, fecha de su divorcio, a 1940, se caracteriza por la realización de figuras de cuerpo entero dentro de una línea más estilizada. Centra su estudio en la figura femenina, bien desnuda o provista de ropa, pero a diferencia de otras artistas que hacen uso de las prendas típicamente costumbristas.


 Destaca la serie De la moda (1935), compuesta por ocho figuras de barro policromado, de las que fundió en bronce una tirada, en la actualidad dispersas por diferentes colecciones privadas. La argentina (1932) es en la que pueda verse de manera más clara el dominio que tenía modelando. Simplifica las formas, reduciendo los volantes del vestido de la bailaora, a un juego de ondulaciones, y los flecos del mantón, a una leve textura rayada con la punta del palillo sobre la superficie. Una figura llena de gracia y donaire, de la que elimina cualquier elemento decorativo centrando la atención sobre la expresión del rostro de la mujer representada y sobre el movimiento de su pose folklórica. Su último periodo, que se inicia con su Maternidad I (1941), se caracteriza por una serie de composiciones donde retorna a formas más volumétricas y envolventes, que nos recuerdan las creaciones más naturalistas de Maillol. Conjuntos escultóricos llenos de espontaneidad y ternura que representan escenas extraídas de su universo circundante. Representa momentos muy íntimos, como el abrazo en el que se funden una madre y su hijo, capaces de conmover al espectador y hacerle surgir toda una serie de sentimientos.

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